miércoles, 26 de septiembre de 2007

HEMOS LLEGADO


El camino es una calzada que se extiende entre dos lugares, y es por donde se realiza un viaje. El camino es una buena metáfora. Sin embargo, nosotros no necesitamos ningún camino porque ya hemos llegado. Sólo tenemos que darnos cuenta de que estamos aquí. El camino es el camino de la conciencia.

La conciencia, el darnos cuenta de nosotros y de lo que llamamos lo otro o los otros, consiste en comprender o abrirnos a la verdad. No ha de haber ningún miedo en la aceptación de la verdad. Pues sobre la conciencia verdadera nada se eleva. La verdad nos lleva a la paz. No puede haber paz en el temor y en el ocultamiento. Hasta que no hayan sido abiertos a la conciencia todos los territorios de la mente, siempre subsistirá la desconfianza hacia nosotros mismos y hacia lo que consideramos ajeno a nosotros mismos. Si no existe la conciencia verdadera, tampoco puede existir el amor completo, sino que se cae una y otra vez en el amor ilusorio y en querer forzar la realidad hacia las ilusiones que amamos.

Hay que saber estar aquí y allí. La medicina tomada a grandes dosis se convierte en un veneno. Los territorios de la mente por donde ha de sobrevolar la conciencia son amplísimos. Y está muy bien eso de elevarse sin término. Pero entre tanto no debemos dejar en desorden nuestra pista de despegue y de aterrizaje, pues en realidad no existe diferencia entre las alturas más elevadas y los abismos.

No hay ocupación por insignificante que nos pueda semejar que no merezca nuestra atención más completa y auténtica. Es cierto que tendemos a la economía de la atención, que es la economía de la conciencia. Pero esta economía tiende a la pereza mental, y escatima o se excede según unos patrones prefijados. No es la libertad completa.

Nada ocurre por casualidad. Cada pequeño suceso es una manifestación del Ser. O sea, es una Manifestación. Ni siquiera una hoja cae de un árbol por casualidad. Sin embargo estudiar estos fenómenos desde la lógica de las ciencias no nos satisface completo, puesto que no nos afecta en lo que nos resulta íntimo o personal.

La atención hacia las cosas pequeñas es un adiestramiento de la sensibilidad completa y de la verdadera conciencia. No obstante, catalogar algo como pequeño tampoco nos auxilia.

Nos quedan muchas puertas por abrir, de hecho estamos abriendo permanentemente muchas puertas. Hay en ello una aventura. Pero sumergirse en esta aventura, que no siempre es cómoda, es preferible a persistir en el aislamiento vaporoso, en nuestra salvaguardia de lo imprevisto. Tememos lo imprevisto porque ignoramos nuestras reacciones y los efectos de nuestras reacciones. El imprevisto exige de nosotros no premeditación sino una reacción espontánea. En eso consiste la aventura, en manifestar nuestra confianza hacia nuestras acciones.

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